Surabaya fue en estos días la sede de una reunión preparatoria de la Conferencia de Naciones Unidas sobre la Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible Hábitat III. Es un ejemplo de la relevancia global que ha cobrado el actual puerto de Indonesia que, en 1942, siendo aún colonia holandesa, fue invadido por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.
Meses antes, el 31 de julio de 1941, nació ahí Victor Hayes, hijo de un trabajador de la compañía que proveía de electricidad a las entonces llamadas Indias Orientales Neerlandesas, y quien fuera tomado preso durante la incursión nipona. La familia debió vivir fragmentada hasta que concluyó el conflicto bélico y fue repatriada a Países Bajos cuando el pequeño Vic tenía apenas nueve años.
Egresado de ingeniería en la Universidad de Ámsterdam en 1961, Hayes prestó su servicio militar en la fuerza aérea holandesa como operador de radios y radares. Una vez concluido, entró a trabajar a una fábrica de teletipos y calculadoras, en la que contribuyó a la creación de la primera máquina de facturación y contabilidad que funcionaba con circuitos integrados, y la cual fue explotada con fines comerciales. En 1974 se unió a los laboratorios de la corporación NCR, en la que trabajó en el desarrollo de protocolos para la comunicación y transmisión de datos.
Como otros tantos innovadores que emergieron de la posguerra, todo este coctel de aprendizaje capacitó a Hayes en lo que sería su principal aportación: la creación de redes de trabajo que conectaran dispositivos electrónicos sin necesidad de cables, echando mano del espacio radioeléctrico.
Para tal fin aprovechó una determinación de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, que el 9 de mayo de 1985 abrió un espectro para la comunicación inalámbrica en las bandas de los 915 MHz, 2.45 y 5.8 GHz, para usuarios de dispositivos que no necesitaran una licencia de usuario final. Su labor en NCR –que le permitió competir cara a cara con su rival IBM– lo candidateó para presidir el comité del Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos (IEEE, por sus siglas en inglés) que trabajaría en el estándar que sería conocido con el número 802.11.
Hayes encabezó así desde 1990 un proyecto que enlazaba a especialistas ubicados en distintas parte del mundo, que tenía como base la localidad holandesa de Utrecht, pero que se reunió por primera vez en Ottawa, Canadá, y la cual tardó siete años en concretar un sistema que no sólo posibilitaría el envío de información entre empresas, sino que facilitaría al usuario común el acceso a internet desde cualquier punto de su hogar, en su computadora o móviles, en los grandes conglomerados urbanos o en las zonas rurales.
Buena parte de que así ocurriera se debe al impulso que la propia industria le dio en 1999 al crear la Wireless Ethernet Compatibility Alliance (WECA), que junto con la consultora Interbrand bautizaron al estándar IEEE 802.11 con el mucho más pegajoso nombre de Wi-Fi, que no es abreviatura de nada, sino una simple imitación que asemeja al apelativo HiFi (alta fidelidad) de los aparatos de sonido. Tres años después, WECA cambió su nombre a WiFi Alliance.
La gesta de Vic Hayes está narrada en la ficha biográfica publicada por el Salón de la Fama de la Consumer Electronics Association y en el libro The Innovation Journey of WiFi. The Road to Global Success (Cambridge University Press, 2011), editado por él mismo en colaboración con Wolter Lemstra y John Groenewegen, así como en numerosos artículos académicos y conferencias que ha impartido en su calidad de investigador retirado de la Universidad Tecnológica Delft.
Habituado a un discreto y bajo perfil, Vic Hayes no se considera a sí mismo un gran usuario de la tecnología cuya paternidad se le atribuye. Al menos así lo confesó hace cinco años al sitio Network World, donde reveló que el único dispositivo móvil con el que contaba entonces era un teléfono celular básico sin WiFi, que usaba sólo en caso de emergencias.
Así, el próximo domingo cumplirá 75 años de vida el padre de una tecnología que, haciendo honor a la historia multinacional de su creación, posibilita la comunicación entre personas desde países distantes. Aunque, extraña paradoja, involuntariamente también obstruye la de quienes están sentadas frente a frente.
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